No es muy conocido el hecho de que las relaciones públicas
son una, como la definiría Bernay, “ciencia social aplicada” que lleva
existiendo muchos años. Ya desde la
época romana se tiene documentado cómo los senadores contrataban a personas de
sociedad e influyentes personalidades de la república para asegurar y/o
mantener sus escaños en el Senado Romano.
Un gran ejemplo de relaciones públicas, por ejemplo, son los
viajes de María Antonieta alrededor de la Europa pre-napoleónica para atraer
inversión al entonces reino de Francia. Así diversos duques hacían lo propio
para atraer dinero a sus ducados, volviéndose una práctica frecuente en la
Francia pre-revolucionaria.
Volando a través de los años, ya en la América libre, las
relaciones públicas jugaron un papel
fundamental. El cabildeo, por ejemplo, que hicieran los estados pequeños
de las 13 colonias para firmar la constitución norteamericana dio cabida a la existencia
del sistema bicameral que aún persiste en la nación de las estrellas y las rayas.
No sólo eso, sino en la postguerra, el presidente Dwight Eisenhower realizó por
primera vez una campaña basada en las relaciones públicas y la publicidad,
echando mano de la recién inventada televisión. John F. Kennedy, por otro lado,
fue el primero en hacerle notar a los políticos que la imagen también contaba, siendo
este el ganador del primer debate televisado.
Las herramientas de las relaciones públicas, sin lugar a
duda, han funcionado en diversos giros, no sólamente en la política. Con los
años se han ido afinando y diversificando, acoplándose a la necesidad de cada
cliente y cada momento de la historia de la humanidad; mas el cor de la misma
sigue siendo el mismo: apelar al subconsciente de las personas para atraerlas a
nuestro producto.
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