La
necesidad del ser humano por comunicarse ha sido la fuerza motivadora para el
avance tecnológico. Desde tiempos arcaicos, la falta de un lenguaje común que
permitiera a miembros de la misma especie entenderse y poder lograr su objetivo
(atrapar a la presa en ese entonces) no les permitía lograrlo de manera eficaz.
Fue hasta que decidieron unificar los sonidos para darles significantes a los significados
que el hombre inició el camino hacia la era de la información.
Después
vinieron las formas para transmitir ese conocimiento: llegaron las pinturas
rupestres que, aunque efectivas, no permitían la transportación del
conocimiento. Fruto del ingenio egipcio nace el papiro –que es la raíz latina
de la palabra papel-, el cual nos permitió transportarla de una manera más
rápida y cómoda. Estos dos eventos marcarían por siempre nuestra manera de
interactuar, siempre en la búsqueda de una forma más eficiente de dar a conocer
nuestro mensaje.
La
actualidad ha hecho que el tránsito sea más importante que la información misma,
olvidando el vínculo entre el significado y el significante; además de que ha
hecho al lenguaje más complejo en ocasiones(los emoticons, por ejemplo), o más
sencillo, esto último muchas veces sacrificando su exactitud. Está en el
balance de la velocidad y el contenido donde reside el futuro de la transmisión
del conocimiento, un equilibrio que sacrifique la forma por acelerar la
transmisión del fondo.
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