Por @jmborbo
Siempre que la gente me hablaba de Cuba, además de sus respectivas discusiones de ideologías políticas, salían a relucir dos puntos: el taco de ojo que te das y los coches de los cincuentas (siempre me he preguntado por qué ya no hacen automóviles tan estéticos como antes) que circulaban con sus intensos colores por las calles llenas de hermosos cuerpos caminantes, resultados de una de las mejores mezclas raciales que se han dado en el mundo.
Lo que nadie me mencionó nunca antes fue la hermosa arquitectura, la cual me dejó sorprendido e impactado, que ves principalmente en La Habana Vieja mezcla de un colonial y barroco cubano, y el que fue un día el barrio más lujoso del Golfo de México, el Vedado, nacido como Neo-clásico; ambos en la capital del país.
Mi construcción favorita fue el Gran Teatro, donde tuvimos la oportunidad de ver un ensayo de la muestra internacional de ballet infantil. Mi emoción a ver a los niños del país sede bailando una balada cubana fue indescriptible, y más aún en un espacio lleno de belleza y al mismo tiempo de la nostalgia que sus oriundos transmiten de un país lleno de un futuro próspero detenido en el tiempo.
El teatro, que se encuentra a un costado del Capitolio y a contra esquina del famoso hotel “boutique” Saratoga, fue sede por más de 50 años de la escuela nacional de danza hasta hace dos años que tuvieron que moverse por que ya no tenía la capacidad. Con una remodelación suspendida por falta de presupuesto del gobierno (y sin aceptar donaciones voluntarias de extranjeros) fue además un salón de fiestas y casino construido para alojar los eventos de lo que fue “Las Vegas” latina y donde mafiosos gringos y personalidades como Frank Sinatra, María Felix, Luis Miguel Dominguín, Winston Churchill, Marlene Dietrich y Gary Cooper se mezclaban para hacerle honor a la ciudad que alguna vez llevó por sobrenombre “La Gomorra de las Antillas”.
Llegamos a un aeropuerto sencillo, como el de cualquier provincia costera de México, pero lleno de gente cual mercado con un desorden que te transportaba a algo que ya no estamos ni siquiera acostumbrados aquí. Tomamos un taxi que nos llevó a donde nos hospedaríamos, el Hotel Nacional de Cuba, herencia del Art Deco ubicado en lo que fue un barrio sumamente lujoso, Vedado (ahora ese glamour es inexistente y democratizado, por así decirlo), frente al malecón, donde se reúne la gran mayoría de gente por la noche. No en un bar o antro, en el malecón.
Después nos dirigimos a caminar por las sorprendentes calles de La Habana Vieja, donde cada edificio es una joya y más hermoso que el otro. Visitamos el Hotel Santa Isabel (que junto con el Hotel Los Frailes son mucho más recomendables que los que todo mundo dice, el Nacional y el Saratoga, por chics y céntricos), el Templete, donde comimos una rica langosta (de lo poco rico que probamos de hecho), para después caminar por la alegre calle Mercaderes para llegar a la Fototeca, nada repetible, en la Plaza Vieja. De ahí, por la calle de Brasil, desembocamos al Capitolio Nacional, donde visitamos el Gran Teatro Nacional (y junto con los coches de los cincuenta y los hombres chiquitos bebés, donde mi corazón y mente se quedó), la Casa del Habano, Bellas Artes y el edificio Bacardi, el mejor ejemplo de Art Deco inspirado en el Rockefeller de Nueva York.
Cabe mencionar que en la terraza del Saratoga, con una vista impresionante y de las mejores de la ciudad, probamos nuestro primer mojito cubano… ¡Apa decepción! Pero no nos dimos por vencidos y en la noche cenamos en el obligado La Bodegita del Medio, lugar que vio nacer lo que viene siendo mi coctel favorito en la época de la ley seca de Estados Unidos donde quien quisiera beber alcohol debía salir del país. ¿Y qué creen? Otra decepción.
El mojito cubano no es tan rico como el que encuentras en otras partes del mundo. Yo se lo atribuyo a que los lugares que frecuentamos normalmente cuentas con cantineros capacitados y apasionados de su profesión. ¡Pero por el Señor! No haber probado un buen mojito en Cuba no es de Dios.
Hablando ya de gastronomía, y junto con el mojito, mi única, pero gran decepción, la comida. Nunca había escuchado que los manjares cubanas fueran una maravilla, pero ¿al grado de preferir comer lo mínimo indispensable? En fin, un gran lugar para ponerte a dieta, además de que porque al ver semejantes hombres caminando por doquier y descamisados, no te inspira a comer de más (suponiendo que pudieras).
Una cosa que me llamo la atención, fue que Havana Club es el ron original de la receta del cocktail y el que el cubano realmente toma, y no Bacardí, como muchos años pensé, el cual, no se produce ya en el país.
El fin de semana nos fuimos a Varadero, una de las más hermosas playas de las Antillas y del mundo y el punto más cercano a tierra continental a tan sólo 180 kilómetros de La Florida, con casi 22 kilómetros ininterrumpidos de arenas blancas y aguas transparentes. Nos hospedamos en un paraíso terrenal llamado Mansión Xanadú con tan sólo 6 habitaciones, las cuales dan directo al mar y del lado contrario un extenso campo de Golf, de los mejores de la región, en lo que los oriundos llaman “la otra Cuba”. El nombre de mansión le queda muy bien ya que realmente te sientes como en tu casa y tienes el lujo de probar el menos peor de los mojitos y una langosta bastante aceptable.
Definitivamente recomiendo Cuba como un lugar para visitar y pronto, antes que se nos muera Fidel para vivir el shock cultural, que efectivamente y a pesar de que tan sólo nos separen un poco más de 200 kilómetros, uno se encuentra al llegar al país, digno de una gran reflexión personal y agradecimiento. Fuera de la comida y la dificultad de cambiar dinero o sacarlo del cajero, es un país que llena de alegría, sensualidad y hermosura. Si van solteros, es aún mejor, y si van casados, no dejen de visitar Varadero, donde el no poder hacer casi nada rodeado de tanta belleza, alimenta la imaginación de las parejas.
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