Por José Manuel Borbolla
Todos mis amigos se sorprendieron cuando les conté que mi novio y yo habíamos tomado la decisión de adoptar a un perro. Además de que se nos hace uno de los actos más nobles del ser humano, creímos que era el momento ideal para crecer la familia ya que estamos recién mudados y en una etapa de estabilidad donde las noches de fiesta ya no son prioridad.
Cuando digo que mis amigos se sorprendieron con la noticia fue porque toda mi vida no fui mucho de animales, a pesar de que prácticamente he tenido, junto con mis hermanos, de todo lo imaginable: perros, gatos (uno, por cierto, que mi hermano Armando mató en su intento por probar que tuvieran nueve vidas), gallinas (de esos pollitos que te ganas en las kermeses que nunca piensas que sobrevivirán y no, una hasta huevos nos alcanzó a dar antes de morir electrocutada atrás de la lavadora), conejos (uno murió porque un perro que entró al jardín se lo comió e irónicamente mis papás compraron uno igual para que mi hermanito Luis Alfonso no se diera cuenta que su mascota había sido cruelmente devorada, pero obvio, a sus menos de 5 años, sí los cachó. Otro conejo murió congelado en el jardín). También tuve peces (los favoritos de mi papá) que corrieron la misma suerte que el gato y los conejos, cuando los herví sin querer al subir la temperatura al máximo del calentador en una noche de frío invierno queretano. De los exóticos o no tan caseros, manejamos lo que fueron siendo las avestruces, iguanas, tortugas (la cual juro que sigue en el patio de casa de mis papás), caballos, burros, borregos, vacas, cotorros australianos y codornices.
Toda esa lista anterior iba a que a pesar de que siempre tuve mascotas en casa, nunca fui muy apegado ni cuidadoso de ellas. En general no me gustan los animales más que en Animal Planet (del cual acepto que es uno de mis canales favoritos) y además, les tengo miedo a los guajolotes y a los perros precisamente; pero de ese miedo que sientes en el cuerpo como una descarga eléctrica que hasta te quieres desmayar. O sea, fobia de la de verdad, la cual pude controlar después de pasar el verano pasado en una casa donde los perros eran uno más de los huéspedes.
Ya que les di todo mi historial perruno, les cuento que ahora me siento muy contento y feliz con la decisión de tener a Lola en casa para llenarla de amor y el cariño, que por equis o ye, no le pudieron dar en el hogar donde nació. El procedimiento de adopción se me hizo muy profesional y me dio un gusto enorme descubrir la pasión con la que sus involucrados ejercen su vocación.
Fuimos al parque Lincoln en Polanco un sábado a medio día. Un gran número de fundaciones y organizaciones (inclusive gubernamentales) se dan cita para que niños y familias convivan, jueguen y paseen a los candidatos a adaptación. Una vez que decides quién será tu compañero ideal, llenas una solicitud donde la fundación que acoge a esa mascota hace su primer filtro de preguntas y te pide tus generales para hacer una cita con el fin de conocer el espacio donde podría habitar el can y hacer una última entrevista. ¿Y qué creen? ¡La pasamos! Una semana después, desparasitada y esterilizada, Lola era el tercer integrante de la familia.
Cambiando de tema drásticamente, quisiera contarles la verdadera razón por la cual BlackBerry se llama así, ya que la prensa (poco profesional) ha confirmado estos días una versión popular que además de incorrecta, es absurda.
LexiconBranding Inc., es una compañía con base en Sausalito, California, que se dedica exclusivamente a proponer nombres para nuevos productos, teniendo en su cartera clientes como Intel y Apple. De hecho Pentium y PowerBook fueron bautizadas así gracias a la empresa americana.
Cuando uno de los expertos de Lexicon vio por primera vez una BlackBerry, sí, se dice una, no un BlackBerry; pensó que el teclado con botones miniatura figuraba la textura de las semillas de una fresa. Uno de los lingüistas de la firma afirmó que “straw” (de strawberry) tenía un sonido demasiado lento, por lo que se sugirió BlackBerry (zarzamora) a RIM, la cual decidió que era el nombre correcto para el dispositivo que vendría a revolucionar la historia de los teléfonos inteligentes.
Todo esto se los cuento porque me pone de mal humor cada vez que alguien cree la famosa versión de la bola de hierro con la que se usaba encadenar a los esclavos haciendo alusión a que los usuarios quedan encadenados a su jefe, clientes y al mismo dispositivo.
Para terminar me gustaría hacer una reflexión sobre el estar encadenados. La libertad es individual y no podemos hacer responsable a terceras personas (o a la tecnología en este caso) de cómo nos decidamos comportar. Si quiero darle tiempo de calidad a mi familia y amigos, es resolución mía dejar el ruido exterior a un lado, así sea una BlackBerry, y priorizar lo que en ese momento realmente vale la pena. Absolutamente nadie se va a morir (al menos que seas médico) sí no contestas un mail, una llamada o un bbm. Es saludable respetar los momentos de receso y descanso, que al final del día, se verán reflejados en productividad y calidad de vida.
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