Es un lugar común demasiado
visitado ese que versa “si algo se hace con pasión, siempre saldrá bien” o “si
haces lo que amas, el éxito vendrá”. Aunque no enteramente cierto (cuántos
“amantes de la música, la pintura, la escultura” nunca trascienden, cuántos
financieros nunca logran fortunas, cuántos políticos no gozan del poder), las
ganas y dedicación que se le inviertan a cualquier trabajo son de suma
relevancia para que el resultado sea exitoso y afortunado.
Sin embargo, lo relevante de la
pasión no es tenerla sino saberla transmitir y plasmar en las actividades que
realizamos. En las relaciones públicas, por ejemplo, de nada sirve amar al
cliente si no se entienden bien sus necesidades. Es poco útil crear una gran
estrategia si, a la hora de la hora, no tiene metas reales y palpables ni
tácticas que dejen claro cómo se van a llegar a los goles establecidos. Los
cronogramas, los planteamientos, así como los acuerdos por escrito son los que
hacen de la “pasión” algo “mensurable”.
Solo cuando se logra un balance
perfecto entre el querer-hacer, el saber-hacer y el hacer es cuando se obtienen
resultados satisfactorios y, por ende, éxito laboral. Al final, la pasión
siempre será la flama detrás de todo buen trabajo, pero es el trabajo en sí el
que hablará de qué tanto nos apasiona lo que hacemos.
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