martes, 7 de agosto de 2012

Una nota es una nota.

Un afamado restaurante de la Ciudad de México abrió sus puertas hace tres años en la colonia Condesa. Con una cocina sencilla pero con ingredientes de primerísima calidad, la propuesta de un recinto acogedor con comida de primera y de porciones generosas, con una excelente cava, redondeaba la idea del negocio. Sin embargo, un año entero tuvo que pasar para que este despegara. Un año entero en donde los número eran marrones.

Un día, críticos de una afamada revista de circulación nacional y otra de circulación local arribaron al lugar. El chef decidió darles la que él considera su especialidad, acompañada de buenos vinos y una entrada ligera pero bien cocinada. Los críticos lucieron satisfechos y partieron a calificar más en el área y alrededor de la ciudad. Sólo quedaba esperar las notas. 

No era ninguna sorpresa que las notas hubieran sido favorables -ellos sabían que su comida es buena-, pero nunca se imaginaron qué tan favorables iban a ser. Las críticas no sólo reverenciaban la comida sino la presentación, el lugar, la selección de vinos y la forma en la que se combinaban los alimentos. El restaurante era pintado como un oasis de comida en la pujante y vibrante Condesa, y, además, con precios razonables: la combinación perfecta para un restaurante. La racha de números marrones terminó así, con una loadora publicación. El restaurante ahora se llena tanto un lunes como un sábado, es frecuentado por políticos, artistas y bon vivants; y es considerado de lo mejor en toda la ciudad. Y todo por una nota, una nota que pudo haber llegado antes y ahorrado un año.

***Este texto está basado en una caso real. No se mencionan nombres por privacidad de los envueltos en el mismo.

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