Existe un adagio popular que dice
“cada cabeza es un mundo”, y, como sucede con todos los clichés, estas
palabras están llenas de verdad. Ningún dicho define mejor que este a un
trabajo muy común en las relaciones públicas: la realización de textos para el
cliente. Tener una idea, desarrollarla y plasmarla en palabras puede resultar
un camino sinuoso si son muchas las mentes a las que se les incumbe en el
trabajo.
Lo más importante en un texto
es dar al lector una imagen clara y concisa de lo que se quiere transmitir.
Cuando son muchas las personas que aportan al texto, este resulta disforme, sin
hilo conductor y, sobre todo, sin un lenguaje común que logre transmitir la
idea principal.
Es por eso que lo mejor es que
sólo haya tres personas incluidas en la elaboración y redacción del texto: el
cliente, el escritor/redactor y el editor de estilo y redacción. El primero
tiene que transmitir la idea y hacer la revisión final (el texto no queda hasta
que este esté satisfecho), mientras que el segundo se encargará de toda la
elaboración del texto en base a lo expresado por el cliente, además de incluir
lo que este ha investigado y aprendido sobre el tema a tratar; por último, el tercero hará la revisión puntual de cada
línea –antesala de la lectura final del cliente-, buscando siempre la buena
presentación de la forma y un fondo que cuaje y que dé a entender lo que
nuestro cliente quiere decir. Es así como una sencilla trinidad puede ahorrar
horas de trabajo y de desgaste muchas veces innecesario.
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